Archivo de la etiqueta: periodismo

Los embajadores de la palabra en tiempos de guerra

La guerra vista por Rémi Ochlik, fotoperiodista asesinado hace una semana en Siria

Como persona que siempre ha confiado en la comunicación y que cree firmemente que “si no hablan de ti no existes”, acertada frase, me ha gustado reencontrarme con una vieja amiga, periodista y desde hace años corresponsal de guerra, que este año estará en la entrega de los Premis Ones.

Hablo de Mayte Carrasco a quien el jurado de los reconocimientos ha decidido entregar la Mención Especial Mare Terra por su trayectoria profesional cubriendo información desde lugares en plena guerra caso de Afganistan, Chechenia o más recientemente en Siria. A Mayte la podemos leer en diferentes periódicos donde colabora, El País es uno de ellos,  y ver en televisión explicando lo vivido, por ejemplo en Telecinco, con una profesionalidad difícil de ejercer cuando sabes que te la juegas y ves caer a otros compañeros.

Las guerras siempre se cobran víctimas inocentes y entre ellas se suman a las listas injustas de bajas los corresponsales, redactores, cámaras de televisión o los fotógrafos. Es la parte más injusta de la propia injusticia de la guerra.

La tarea de informar se complica pues aún más en los casos en que la información está en una calle llena de francotiradores y las imágenes hay que tomarlas, con la crueldad que las rodea, tras un atentado, la explosión de bombas o tiroteos que dejan llantos, gritos, huérfanos y viudas.

De ahí que esté más que contento del regreso a España de Mayte tras su trabajo en la ciudad siriana de Homs. Nos conocimos hace años durante su etapa profesional que la trajo a Tarragona y hasta llegó a presentar una de las ediciones de los Premis Ones. El tiempo nos ha llevado por espacio diferentes pero por caminos idénticos porque ella ha seguido informando y yo me he mantenido informado y confiando en la información.

Conozco a muchos otros periodistas. Con algunos he trabajado intensamente, con otros he compartido entrevistas, almuerzos o aquellos cafés con tertulia que tanto necesita el hombre como ser humano para saber que sigue vivo y tiene emociones. Como en todo en esta vida, los hay que no dignifican su profesión, que ejercen desde los intereses privados o de empresa. Esos quedan excluidos, autoexcluidos me atrevería a decir, de la larga nómina de buenos profesionales a los que dedico este escrito y en el que también quiero destacar a los muchos periodistas comprometidos con este planeta, con el medio ambiente, la solidaridad y la justicia social, gente a la que he conocido especialmente a raíz del nacimiento de la Red Internacional de Escritores por la Tierra.

Soy un enamorado de la radio, me encanta escribir artículos y poesías, ver la televisión y actualizar los espacios de Internet que pertenecen a las entidades que presido. Sé que la información es útil y necesaria y que si queremos existir debemos saber qué pasa en el mundo pero también a nuestro alrededor más cercano.

Mi enhorabuena a esta profesión, que es más que eso, y a todos aquellos que la ejercen con profesionalidad. El periodismo, como el ecologismo o la cooperación, son conceptos distintos a un oficio porque parten siendo una forma de vida que da placer desarrollar.

Dios tiene Facebook

Recuerdo aquel anuncio donde una persona se preguntaba dónde ha ido el señor que nos servía la gasolina, el acomodador que nos guiaba por los oscuros pasillos del cine y tantos otros personajes del mundo laboral que, aun siendo reciente su desaparición, nos parecen elementos de un pasado muy lejano. Y tengo la respuesta. Los absorbió la red, esa que llamamos Internet y que ha pasado de ser un invento para unos pocos al modus vivendi de la gran mayoría.

Jamás un invento llego tan rápidamente y con tanta fuerza como la red de los internautas. Hace unas décadas los más ricos del pueblo tenían los primeros aparatos de radio, los primeros televisores y los primeros coches. Eran tiempos donde realmente se diferenciaban las clases sociales, tres por aquel entonces ya que hoy en día solo existen dos, y donde todo iba más lento y con menos envidias. Con la llegada del Internet y su meteórica implantación a nivel mundial todo ha cambiado. Quien no sabe manejar estas nuevas tecnologías está condenado al desahucio social independientemente de su clase y riqueza.

A través de la red, compramos y vendemos lo nuevo, subastamos lo viejo, gestionamos nuestras cuentas bancarias, leemos la prensa de todo el mundo, escuchamos radios de ondas muy lejanas, nos auto-medicamos, culturizamos, hablamos, hacemos amigos, debatimos y opinamos, apoyamos campañas y ponemos contra las cuerdas, en algunos casos, a aquellos que gobiernan y quieren imponer su fuerza sin más.

Las redes sociales nos han encadenado de tal forma que somos incapaces de creernos todo aquello que no nos llegue a través de las autopistas de la información.  Si lo dice Internet, palabra del Señor. Porque, queramos o no, Internet es nuestro Dios actual. Convertido casi en pandemia social que afecta a ocho de cada diez habitantes del planeta, el invento que nos parecía hace tres décadas algo inalcanzable e indomable, es nuestro día a día, el carpe diem forzado por una sociedad que ya no camina, corre veloz y no se para, marginando a los que no sigan su ritmo.

Es la misma sociedad que quiere estar informada de lo más cercano sin dejar su ámbito global, la información del resto de mundo. Los numerosos medios aparecidos en la red, traducidos en diario digitales de información, han ampliado el espectro mediático aportando más y mejor información pero, sobre todo, han puesto contra las cuerdas a aquellos medios que se permitían el lujo de vetar a los que querían y sin dilación. Con más medios operativos y especialmente los de la red, se acabó el monopolio de los caciques de la información y todos tenemos nuestro espacio. Nos informamos donde queremos y transmitimos lo que deseamos gracias a la marabunta social que nos invade para lo malo pero también para lo bueno.

El control de las masas mediante redes como el Facebook y el Twiter es una autentica evidencia estos días en los que hemos comprobado que los pasquines sindicales de épocas antidemocráticas repartidos desde lo prohibido y con trágicas consecuencias si los autores eran delatados o pillados in fraganti, se han convertido en un grupo de personas que se suman a una causa convocada desde un grupo social virtual que puede acabar derrocando gobiernos dictatoriales y caciques de lo internacional. Se ha visto en los conflictos de los países árabes donde la gente era citada a cierto día, lugar y hora mediante una protesta online nacida de esas redes sociales.

No seré yo quien critique a fondo las formas ni el sistema utilizado pero debo decir que me preocupa las dimensiones que toma esta invasión social internauta porque, por la rapidez de sus avances y el crecimiento abismal de seguidores, se hace casi imposible de controlar aquello que se convoca justamente para controlar lo incontrolado. De la misma manera que se hace el llamamiento a salir a la calle para hacer caer a dictadores, quien nos dice que no se utilizará para fines nada benéficos ni pacíficos en un futuro.  Detrás de una cita social que moviliza a millones de personas hay, como cuando se convoca con el boca a boca en la calle, persones que controlan a otros miles de personas y que, queramos o no, las manipulan aunque sea para lo que creemos un bien.

Debemos separar los sentimientos de las emociones y situar cada elemento de convivencia en su lugar. Las redes sociales deben existir pero con un mayor control ejercido siempre desde la prudencia. Si somos capaces de reunir a ciudadanos para pedir justicia, también se les puede movilizar para causas de otra índole.

Una cosa está clara. Los profetas ya no viven entre el pueblo, lanzan sus mensajes desde una red invisible que nos ha capturado a todos dejándonos huérfanos de elementos del pasado y convirtiéndonos en seres más conformistas que antes. Los que ayer nos servían gasolina y alumbraban en el cine son los que hoy hemos agregado como amigos al face, sin saber a menudo su oficio ni su verdadera realidad.